Onimusha 2: Samurai’s Destiny es considerado por muchos el punto más alto de la serie, y no es para menos. Mientras que su primera entrega tenía un aire experimental y mostraba algunas limitaciones, esta secuela, bajo la dirección de Motohide Eshiro, supo profundizar y ofrecer una experiencia más completa y rica en matices. Si el primer juego era una especie de “Resident Evil con katanas”, con combates básicos y una historia breve, esta segunda parte heredó esa base para expandirla y ofrecer algo mucho más sólido. La historia arranca en un pequeño pueblo minero, donde conocemos a Jubei Yagyu, el nuevo protagonista, quien jura vengar la destrucción de su hogar a manos del despiadado Nobunaga Oda y sus demoníacas legiones.

Al descubrir que lleva sangre oni —lo que lo obliga a enfrentar criaturas sobrenaturales— Jubei emprende un viaje para recolectar cinco esferas mágicas que le otorgarán el poder necesario para proteger a la humanidad. Una de las novedades más destacadas del juego es la interacción con aliados que se unirán a la aventura. Estos personajes, con habilidades únicas y trasfondos propios, pueden ser reclutados si se construye una buena relación con ellos, ya sea a través de regalos o acciones dentro del pueblo. Estos compañeros no solo aportan variedad a las batallas, sino que también aparecen en momentos clave para asistir al jugador, haciendo que la experiencia sea más dinámica y menos solitaria.

El sistema de combate, aunque sencillo en dificultad normal, permite enfrentar hordas de enemigos con armas cuerpo a cuerpo y a distancia, complementado por técnicas especiales desbloqueables mediante pergaminos encontrados a lo largo del juego. Solo en los desafíos secundarios y las “torres del inframundo” opcionales se eleva la exigencia, poniendo a prueba incluso a los jugadores más experimentados, quienes podrán aprovechar el famoso sistema Issen, que recompensa el timing perfecto en los contraataques. Además, la narrativa presenta rutas alternativas dependiendo de los aliados con los que el jugador se enfoque, incentivando la rejugabilidad para descubrir todos los secretos y desenlaces posibles.

Para facilitar esto, al completar la campaña se muestra un esquema que señala en qué puntos la historia puede variar o enriquecerse con escenas adicionales. Si bien la trama principal no sufre grandes cambios, estos añadidos aportan profundidad al universo del juego. En cuanto a la remasterización, esta mantiene la esencia del título original con algunos ajustes técnicos. Los controles combinan el clásico esquema de “tank control” con opciones más modernas usando los sticks analógicos, lo que resulta útil para moverse entre escenarios con fondos prerenderizados. Sin embargo, la transición de armas en tiempo real se siente algo forzada, ya que detenerse para cambiar equipo puede dejar vulnerable al jugador en medio de la acción. Afortunadamente, el juego permite pausarlo para seleccionar el armamento deseado, preservando así la jugabilidad original.
Visualmente, la remasterización respeta los fondos prerenderizados, que al ajustarse a una relación de aspecto moderna pueden parecer demasiado cercanos, afectando la dirección de cámara. Los puristas pueden optar por jugar en formato 4:3, con barras negras laterales, para disfrutar la experiencia más fiel posible. Por último, destaca la inclusión del doblaje japonés con subtítulos en italiano, algo que no se pudo disfrutar en la versión europea de PlayStation 2, y que representa un valor agregado para los fanáticos.