Kaya’s Prophecy se presenta como una mezcla interesante entre un juego de construcción y gestión al estilo Stacklands y un sistema de combate con cartas que busca aportar variedad al conjunto. En esencia, es un simulador de supervivencia primitiva donde tu principal objetivo es gestionar recursos, construir tu aldea y satisfacer los caprichos de una antigua deidad que exige tributos constantes. Esta dinámica genera una tensión permanente, ya que no solo debes preocuparte por el crecimiento del asentamiento, sino también por mantener contento al dios para evitar castigos que pueden destruir tu progreso. El ciclo diario del juego es intenso y demandante. Pasas el día recolectando materiales, cultivando o pescando, mientras enfrentas invasiones y otros peligros.

A diferencia de otros juegos de supervivencia, aquí tu personaje principal nunca duerme ni come, pero está constantemente ocupado con tareas que se sienten a veces agotadoras y repetitivas. Es una versión brutal y exigente del género, que recuerda a clásicos como Don’t Starve por la sensación de luchar por sobrevivir en un mundo hostil, pero con la particularidad de que la gestión de cartas se convierte en un elemento clave para avanzar. El sistema de cartas es el alma del juego, pero tiene sus claroscuros. Por un lado, el juego hereda la idea de apilar cartas para realizar acciones, recolectar recursos o desbloquear nuevas tecnologías y planos para la aldea, lo que genera una sensación de estrategia profunda y una gestión cuidadosa de tu mazo. Cada carta representa un recurso o una habilidad, y la cantidad y calidad de las cartas que logres acumular definen el desarrollo de tu tribu.

Sin embargo, el combate con cartas, aunque intenta ser un alivio o “descanso” dentro de la rutina, resulta poco satisfactorio. Se basa casi exclusivamente en valores numéricos sin que exista una verdadera profundidad estratégica ni diversidad en las tácticas. El enemigo puede resultar predecible y poco desafiante, y la mecánica se siente desconectada del resto del juego, como si fuera un añadido forzado que no logra integrarse de forma orgánica. Este contraste genera una sensación de fragmentación: el jugador pasa abruptamente de gestionar su aldea y recursos a un modo de combate con reglas y dinámicas totalmente distintas, lo que rompe la inmersión.

En cuanto a la progresión de la aldea, el juego ofrece una evolución tecnológica interesante, donde desbloquear nuevas construcciones y herramientas representa el verdadero motor del avance. Aunque este aspecto es prometedor, se siente limitado por la dificultad para obtener ciertos materiales básicos y la falta de sistemas para fortalecer directamente a los aldeanos. Hubiera sido deseable contar con mecánicas que permitieran que los pobladores ganaran fuerza o habilidades conforme se avanza, para añadir más profundidad y conexión con la comunidad. Otro punto destacable es el sistema de “sacrificios” o tributos al dios, que obliga a un balance constante entre gastar recursos para crecer o guardarlos para cumplir con las exigencias divinas.
Esta presión añade un nivel de riesgo y tensión constante que pone a prueba la capacidad del jugador para planificar y adaptarse. El azar en el consumo de recursos por parte del dios también añade un componente impredecible, que puede ser tanto frustrante como desafiante. Aunque el juego no llega a la complejidad ni la pulidez de títulos como Stacklands o Slay the Spire, aporta una experiencia única al combinar la gestión de recursos y construcción con elementos roguelike y un trasfondo tribal y primitivo. No obstante, actualmente se percibe como un producto en desarrollo que aún necesita pulir sus sistemas, integrar mejor sus mecánicas y extender la duración y variedad del contenido para lograr una experiencia más completa y satisfactoria.