Si tuviera que elegir, White Knuckle es, sin duda, mi indie favorito del año, y eso que aún no ha salido en versión completa. Esta mezcla insólita de terror, parkour, plataformas 3D y mecánicas roguelite no solo suena caótica sobre el papel, sino que también resulta absurdamente divertida en la práctica. Desde las primeras horas ya sabía que estaba ante algo especial: un juego que combina la tensión de un survival horror con la precisión exigente de un simulador de escalada y la urgencia de una persecución constante.

La propuesta es sencilla de describir pero endiabladamente difícil de dominar: escalar estructuras laberínticas desde una perspectiva en primera persona, mientras una masa viscosa y letal asciende por debajo de ti, forzándote a actuar rápido pero con cabeza. Tu resistencia es limitada, cada mano se cansa si te aferras demasiado, y gestionar objetos como piolets, cuerdas o barras, se vuelve tan esencial como escalar en sí. Todo esto se acompaña de un sistema de movimiento muy pulido, que permite maniobras espectaculares si aprendes a dominarlo. De hecho, no es raro que, en manos expertas, los personajes se desplacen con una fluidez casi sobrehumana, recordando a Spider-Man… o a un glitch de Rain World. La ambientación es otro de sus puntos fuertes: estructuras colosales, emisoras de radio desconcertantes y pasillos claustrofóbicos que parecen salidos de una pesadilla (de hecho, según sus desarrolladores, eso fue exactamente lo que inspiró el juego). Las sensaciones que genera son muy similares a las de clásicos como Half-Life por su diseño de enemigos y atmósfera o Inside, por su capacidad de incomodarte sin explicarte demasiado.

Lo más sorprendente es cómo evoluciona el tono a medida que avanzas. Al principio, White Knuckle parece solo un juego de escalada con estética inquietante, pero en su tercer gran área, todo se transforma: lo que era una carrera contra una sustancia misteriosa pasa a ser un juego de horror de supervivencia vertical, en el que debes escalar con una linterna en mano mientras esquivas a criaturas aterradoras, usando tus recursos con precisión quirúrgica. Aquí el juego no solo exige habilidad: también te obliga a mantener la calma bajo presión. Y fallar no solo da miedo te puede costar literalmente una hora de progreso. Y si decides activar el modo difícil… prepárate. Porque ahí el juego deja de ser accesible para convertirse en un desafío brutal: los objetos escasean, el moco te pisa los talones sin descanso y los enemigos aparecen justo cuando menos los esperas. No hay margen de error. Ni uno. Te caíste: muerto. Pensaste un segundo de más: muerto. Un respawn injusto: muerto. El juego pone a prueba no solo tus reflejos, sino tu resistencia mental. Y sin embargo, ahí estás, una y otra vez, volviendo a escalar, porque es imposible no querer superarte.
A pesar de todo, White Knuckle no se siente injusto. Su curva de aprendizaje es clara, y poco a poco, vas interiorizando atajos, optimizando rutas y dominando técnicas que te hacen volver a empezar con una sonrisa en la cara. Hay una satisfacción inmensa en cada logro, en cada zona superada, en cada salto milimétrico bien calculado. ¿Lo mejor? Esto es solo el acceso anticipado. Apenas hay tres zonas jugables, y ya tiene más contenido, tensión y personalidad que muchos juegos completos. Con una promesa de siete regiones totales, más objetos y ajustes por venir, el potencial de este título es enorme. Ah, y cuesta menos que una cena rápida en una era donde los indies se disparan de precio, eso es casi un milagro.