Review – Donkey Kong Bananza

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Después de varios años sin protagonizar una gran aventura, Donkey Kong regresa renovado tanto en aspecto como en propuesta. Su clásica silueta se actualiza, recordando el diseño visto en Super Mario Bros.: La Película, pero el verdadero cambio va mucho más allá de lo estético: por primera vez, Nintendo asume el control total del desarrollo, dejando atrás la colaboración con Retro Studios para confiar en su equipo interno EPD, el mismo detrás de Super Mario Odyssey. Donkey Kong Bananza nos presenta un giro inesperado dentro de la franquicia, llevándonos a un viaje que arranca con una premisa sencilla: proteger Lingottisola, un paraíso de bananas, de las garras de la ambiciosa Void Company. Esta corporación sin escrúpulos no solo amenaza con robar la reserva de frutas, sino que provoca el hundimiento de la isla hacia el mismísimo núcleo del planeta. Y claro, Donkey Kong no está dispuesto a permitirlo.

El gran cambio de Bananza respecto a sus predecesores es su apuesta por un mundo tridimensional plenamente explorable, retomando el espíritu de Super Mario Odyssey y el legado de Donkey Kong 64. Sin embargo, aquí se introduce una mecánica que marca la diferencia: la destrucción del entorno. Al recorrer niveles ambientados dentro de montañas o cavernas, DK puede destrozar paredes, suelos y estructuras, revelando tesoros, monedas o accesos ocultos. Este enfoque de “rompe y explora” es clave en el diseño de niveles, ofreciendo tanto momentos de descubrimiento como desafíos más técnicos. Eso sí, esta libertad también trae consigo algunos inconvenientes. Al mover la cámara de forma libre, es posible posicionarla dentro de objetos o estructuras sólidas, generando una sensación extraña, como si Donkey Kong flotara entre la niebla digital de los viejos juegos 3D. Aunque se trata de una decisión intencional de diseño, en ciertas situaciones puede desorientar, especialmente cuando un mal salto o un golpe de más nos llevan directo al vacío o a la lava.

Uno de los elementos que más sabor propio le da al juego es la Bananza, una danza especial que DK aprende y que da nombre al título. A ritmo de música —con la ayuda de Pauline, quien vuelve a escena tras Super Mario Odyssey—, el protagonista puede desatar habilidades únicas, transformándose temporalmente en poderosas versiones animales que amplían las posibilidades jugables. La música no solo acompaña sino que marca el ritmo del progreso, sirviendo también para purificar áreas corruptas o guiar al jugador hacia el siguiente objetivo. Con esta nueva estructura, Donkey Kong Bananza se distancia del plataformeo milimétrico que caracterizaba a la saga en 2D, abrazando una fórmula más cercana a la exploración, la aventura y la narrativa. Esto implica un ritmo diferente, donde el reto no siempre está en la precisión de un salto, sino en encontrar la ruta adecuada o utilizar la habilidad correcta en el momento oportuno.

Aun con estos aciertos, es justo señalar que no todo en Bananza está pulido al nivel de excelencia al que Nintendo nos tiene acostumbrados. Más allá de los leves bajones de rendimiento, hay un cambio de dificultad algo abrupto que puede tomar por sorpresa, pasando de una curva accesible a desafíos más exigentes a mitad de la aventura. También se perciben pequeños detalles menos cuidados, como zonas donde se pierde una vida de forma algo injusta o situaciones en las que el escenario permite caer sin posibilidad de recuperación. A pesar de ello, Donkey Kong Bananza logra un equilibrio bastante sólido entre lo clásico y lo nuevo. Ver al viejo DK surfear sobre rocas o recorrer circuitos montado en Rambi es tan satisfactorio como siempre, mientras que la sensación de romper el entorno a golpes sigue resultando fresca y divertida. La ausencia de algunos personajes secundarios icónicos se compensa con el carisma de Pauline y la integración de elementos visuales y mecánicas que recuerdan no solo a Mario sino también, curiosamente, a The Legend of Zelda.

CONCLUSIÓN

Donkey Kong Bananza representa un paso valiente para la franquicia. No es un juego perfecto, y quizá no alcance la pulcritud absoluta de otros grandes nombres de Nintendo, pero sí ofrece una experiencia robusta, creativa y sorprendentemente original dentro del universo del carismático gorila. Una aventura que invita tanto a los nostálgicos como a los recién llegados a mover el esqueleto al ritmo de la Bananza, mientras se destroza medio mundo para proteger lo que más le importa a Donkey Kong: sus amadas bananas.

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