En un panorama donde el imaginario cyberpunk se ha vuelto habitual y los neones, las megacorporaciones y los antihéroes parecen repetirse hasta el cansancio, destacar es cada vez más difícil. Neon Inferno lo consigue gracias a una combinación de estilo, ritmo y una ejecución técnica que demuestra absoluta maestría en el 2D moderno. Su visión de un Nueva York cercano pero distópico mezcla decadencia, crimen y tecnología en un constante equilibrio de penumbra y artificio, donde encarnamos a un asesino a sueldo al servicio de una mafia ítalo-estadounidense envuelta en un conflicto de intereses con policías corruptos, facciones yakuza y una organización militar que experimenta con soldadotes cibernéticos.
La primera impresión es contundente: pocos juegos de acción lateral lucen tan bien como este. El estudio responsable ya había dejado claro su dominio de la estética pixel-art, pero aquí sube la apuesta con un despliegue de luces, sombras y efectos que parecen imposible en un marco de inspiración retro. La nitidez del trazo, la profundidad de la iluminación, los destellos sobre superficies urbanas y la fluidez de las animaciones construyen un espectáculo visual que se mueve con total suavidad incluso en las secuencias más caóticas. La presentación, reforzada por filtros opcionales y un diseño artístico cohesionado, genera una atmósfera inconfundible, cargada de personalidad.
En cuanto a la jugabilidad, Neon Inferno se enmarca como heredero directo de clásicos del run-and-gun como Metal Slug o Contra, pero introduce variaciones que lo modernizan. El gunplay es preciso, enérgico y rítmico, con la posibilidad de apuntar en todas las direcciones mientras se corre, se salta y se esquivan proyectiles. El juego no solo propone el clásico desplazamiento lateral; también sitúa enemigos en el fondo e incluso en el primer plano, obligando al jugador a reaccionar con un sistema de enfoque específico. Este juego entre capas recuerda a títulos arcade como Cabal o Wild Guns y le da una dinámica fresca incluso para veteranos del género.
La segunda gran característica es su mecánica de paradas. Ciertos proyectiles pueden bloquearse o redirigirse con exactitud milimétrica, activando un breve efecto de cámara lenta que permite orientar el disparo devuelto. Es una habilidad que no solo brinda ventaja táctica, sino que redefine el ritmo de los combates, premiando el cálculo y la lectura de patrones. La claridad visual de las señales que indican cuándo reaccionar evita frustraciones y, a lo largo de la partida, hace que cada enfrentamiento se sienta como una coreografía cuidadosamente diseñada.
Los jefes finalizan este enfoque con combates intensos y siempre legibles, donde el desafío reside más en mantener la concentración que en memorizar trucos arbitrarios. Entre nivel y nivel, un pequeño espacio comercial permite adquirir mejoras temporales para activar en momentos críticos o mejoras permanentes que amplían el rango y la eficacia del arma empleada para bloquear y desviar ataques. Aunque las fases duran apenas unos minutos, mantienen un pulso firme, empujando al jugador a mejorar ejecución tras ejecución.
La campaña puede completarse en un par de horas, algo habitual en el género, pero el título compensa su brevedad con un modo arcade, desafíos adicionales y múltiples opciones de personalización visual que permiten ajustar desde el grano de pantalla hasta efectos avanzados de iluminación. Es una obra compacta, pensada para rejugadas, para dominar sus mecánicas y disfrutar del espectáculo técnico una y otra vez.