Shadow Labyrinth nos sumerge en un planeta implacable, donde una misión fallida deja cuentas pendientes y secretos ocultos. El juego recoge con nostalgia elementos clásicos, como esos “power ups” escondidos al estilo de las antiguas máquinas arcade, donde buscar las famosas pelotitas que hacían comestibles a los fantasmas era la clave. Pero no todo es nostalgia: esta aventura también carga con el peso de un diseño de niveles que puede ser tan cruel como el entorno que exploras. La dificultad no es caprichosa, sino que responde a un diseño hostil que castiga la imprudencia. Aquí, fallar al no usar una de las pocas esferas que restauran tu salud —el equivalente a las frascos Estus en Dark Souls— o ignorar un checkpoint cercano puede significar recorrer varias pantallas sin oportunidades de guardado, enfrentándote con una barra de vida casi vacía. A veces el reto se siente injusto, otras veces parece un homenaje a esos juegos que no hacían concesiones ni perdonaban errores.

Shadow Labyrinth no es para todos: exige paciencia y saber leer patrones enemigos para superar sus puzzles ambientales. La mecánica de prueba y error, tan típica de los arcades, está presente, y en ocasiones la única opción es arriesgarse a recibir daño con la esperanza de llegar a un punto de guardado o checkpoint más adelante. Este enfoque nostálgico puede frustrar, pero también tiene un encanto perverso que recuerda la época dorada de los videojuegos. En cuanto a la exploración, la parte Metroidvania se siente menos pulida. Aunque el juego incluye una extensa cantidad de secretos y un mapa para recorrer durante unas 30 horas, su diseño no facilita moverse con fluidez ni terminar rápido, lo que puede pesar para quienes buscan ese ritmo acelerado característico del género. Sin embargo, la vertiente vania ligada a la mejora de habilidades y la recolección de recursos brilla con luz propia: subir estadísticas como la resistencia o el ataque requiere no solo puntos acumulados, sino también encontrar coleccionables específicos, evitando así que la progresión sea solo cuestión de grindear sin más.

Un punto llamativo es la posibilidad de transformarte en un mecha invulnerable, necesario para superar ciertos obstáculos, y la opción de viajar rápido entre puntos de guardado, algo poco común en Metroidvanias tradicionales. Pero el verdadero corazón del juego está en su sistema de combate. Es aquí donde Shadow Labyrinth muestra su fuerza, con batallas que mezclan esquiva, uso del gancho y enfrentamientos frenéticos, que te obligan a dominar tus habilidades para avanzar. Aunque cambiar la configuración de habilidades en tiempo real puede sentirse un poco engorroso, la variedad de opciones —desde renunciar al parry para activar una barrera que drena resistencia, hasta equipar diferentes perks— añade profundidad a la experiencia.
Además, el título está lleno de homenajes sutiles y bien integrados a la tradición arcade de Bandai Namco, con guiños que los fans reconocerán y apreciarán, sin que estos detalles opaquen la narrativa ni la ambientación. A pesar de que visualmente podría esperarse un mayor acabado, especialmente si consideramos adelantos previos, Shadow Labyrinth logra construir un universo oscuro y desafiante que aúna lo mejor de dos épocas del gaming: el arcade clásico y el metroidvania moderno.